/ miércoles 19 de septiembre de 2018

[Crónica] Sismo del 85... los que nunca contestaron y se fueron para siempre

Las noticias fueron llegando a cuentagotas en los teléfonos fijos de la sala de redacción que aún funcionaban. No había celulares, ni redes sociales

Estaba recién ingresado al mundo de las consolas en la radio pública de la ciudad de México. De pronto, la sacudida matutina con gran intensidad. Nos asustamos pero no salimos, estábamos al aire; no había cultura de la prevención ni de salirse en momentos así.

Pasó el terremoto y todo fue caos. No había luz. Se echó a andar la planta auxiliar. Las noticias fueron llegando a cuentagotas en los teléfonos fijos de la sala de redacción que aún funcionaban. No había celulares, ni redes sociales. “Que dicen que se cayó Radio Fórmula; que dicen que se cayó Televisa; que hasta un edificio parece haberse caído en la colonia Roma”. Nada de eso podía ser concebido como verdadero. Nunca había pasado, nunca pasará; son exageraciones de los vecinos, de las familias, pensábamos.

Foto: La Prensa | Hemeroteca

Nada podía ser verificado. Fuimos escuchando la narración por radio de Jacobo Zabludovsky por avenida Juárez y Reforma. Era uno de los pocos mexicanos con teléfono en su auto en esa época. “En una de ésas hasta muertos hubo”, pensábamos con miedo. Poco a poco se nos fue helando la sangre y buscamos a los familiares en las líneas telefónicas fijas. Algunos sí hallamos a los nuestros, otros no contestaron hasta bien entrada la noche; otros nunca contestaron, se habían ido para siempre.

Se acabaron los turnos, la comida. La secretaría de Gobernación nos enlazó en un sólo servicio informativo, que tenía como eje el Foro 2 de Televisa San Ángel, donde se concentraban listas de desaparecidos y gente que había llegado a hospitales. Que yo recuerde, no ayudamos a nadie a encontrar a su familiar. Nos rebasó la misión.

Foto: La Prensa | Hemeroteca

Fueron llegando compañeros que pudieron alcanzar transporte y reportaban cosas terribles. Contacté a mi familia hasta las 5 de la tarde. Todo en orden en la colonia, pero mucho miedo. Noche sin alumbrado público.

Reportaban mucha gente en las calles ayudando a otros, sacando gente de escombros, llevando comida a personas que se habían salvado pero habían perdido su casa. Ninguna autoridad ponía orden. Se vino la noche; quería irme a casa pero no había transporte. Salí de mi “turno” a las 10 de la mañana del día siguiente. Exhausto.

Foto: La Prensa | Hemeroteca

Y sólo hasta entonces me di cuenta del tamaño de la tragedia. Que nada de lo que nos habían dicho se comparaba con lo que estábamos viendo. Miles de muertos llegaban al parque de béisbol de los Diablos Rojos, ubicado en lo que hoy es Plaza Delta.

Me bañé, dormí apenas dos horas y me regresé al trabajo. No podía quedarme en casa con los brazos cruzados. Era una especie de compromiso o cruzada personal. Nadie nos había pedido regresar a trabajar. No me di cuenta quién organizó los turnos. Eramos todos nosotros pero no sé quién fue exactamente. Cuando recuperábamos la fuerza y asimilábamos el golpe se vino la réplica del sismo, que yo sentí igual de fuerte que el día anterior. Ya no pude.

Foto: La Prensa | Hemeroteca

Pensé en mi mamá en la familia. Ya no podía pensar en los demás. Me salí del turno sin avisar, nadie me reclamó. Cuando regresé a trabajar dos días después nadie me pidió cuentas. Regresé como si nada sin ningún reproche de los compañeros. Sólo preguntaban si no tenía muertos en la familia. Seguíamos en shock y con una sensación rara de hermandad.


*Operador radiofónico con 40 años de experiencia.

Estaba recién ingresado al mundo de las consolas en la radio pública de la ciudad de México. De pronto, la sacudida matutina con gran intensidad. Nos asustamos pero no salimos, estábamos al aire; no había cultura de la prevención ni de salirse en momentos así.

Pasó el terremoto y todo fue caos. No había luz. Se echó a andar la planta auxiliar. Las noticias fueron llegando a cuentagotas en los teléfonos fijos de la sala de redacción que aún funcionaban. No había celulares, ni redes sociales. “Que dicen que se cayó Radio Fórmula; que dicen que se cayó Televisa; que hasta un edificio parece haberse caído en la colonia Roma”. Nada de eso podía ser concebido como verdadero. Nunca había pasado, nunca pasará; son exageraciones de los vecinos, de las familias, pensábamos.

Foto: La Prensa | Hemeroteca

Nada podía ser verificado. Fuimos escuchando la narración por radio de Jacobo Zabludovsky por avenida Juárez y Reforma. Era uno de los pocos mexicanos con teléfono en su auto en esa época. “En una de ésas hasta muertos hubo”, pensábamos con miedo. Poco a poco se nos fue helando la sangre y buscamos a los familiares en las líneas telefónicas fijas. Algunos sí hallamos a los nuestros, otros no contestaron hasta bien entrada la noche; otros nunca contestaron, se habían ido para siempre.

Se acabaron los turnos, la comida. La secretaría de Gobernación nos enlazó en un sólo servicio informativo, que tenía como eje el Foro 2 de Televisa San Ángel, donde se concentraban listas de desaparecidos y gente que había llegado a hospitales. Que yo recuerde, no ayudamos a nadie a encontrar a su familiar. Nos rebasó la misión.

Foto: La Prensa | Hemeroteca

Fueron llegando compañeros que pudieron alcanzar transporte y reportaban cosas terribles. Contacté a mi familia hasta las 5 de la tarde. Todo en orden en la colonia, pero mucho miedo. Noche sin alumbrado público.

Reportaban mucha gente en las calles ayudando a otros, sacando gente de escombros, llevando comida a personas que se habían salvado pero habían perdido su casa. Ninguna autoridad ponía orden. Se vino la noche; quería irme a casa pero no había transporte. Salí de mi “turno” a las 10 de la mañana del día siguiente. Exhausto.

Foto: La Prensa | Hemeroteca

Y sólo hasta entonces me di cuenta del tamaño de la tragedia. Que nada de lo que nos habían dicho se comparaba con lo que estábamos viendo. Miles de muertos llegaban al parque de béisbol de los Diablos Rojos, ubicado en lo que hoy es Plaza Delta.

Me bañé, dormí apenas dos horas y me regresé al trabajo. No podía quedarme en casa con los brazos cruzados. Era una especie de compromiso o cruzada personal. Nadie nos había pedido regresar a trabajar. No me di cuenta quién organizó los turnos. Eramos todos nosotros pero no sé quién fue exactamente. Cuando recuperábamos la fuerza y asimilábamos el golpe se vino la réplica del sismo, que yo sentí igual de fuerte que el día anterior. Ya no pude.

Foto: La Prensa | Hemeroteca

Pensé en mi mamá en la familia. Ya no podía pensar en los demás. Me salí del turno sin avisar, nadie me reclamó. Cuando regresé a trabajar dos días después nadie me pidió cuentas. Regresé como si nada sin ningún reproche de los compañeros. Sólo preguntaban si no tenía muertos en la familia. Seguíamos en shock y con una sensación rara de hermandad.


*Operador radiofónico con 40 años de experiencia.

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