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El largo y tortuoso camino para llegar hasta Estados Unidos tiene sus altibajos. Durante todo el trayecto, el riesgo a sufrir agresiones e intimidaciones está presente. Sin embargo, en los buenos momentos aparecen personas de buen corazón, gente que ayuda a los migrantes con ropa, comida e incluso un techo donde dormir.
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Fundada en los años 80s por la señora María Elena Ames de Salgado, la casa del migrante “La Divina Providencia” fue auspiciada justamente por un migrante quien al tener varios intentos fallidos le tocó vivir en carne propia las dificultades de buscar el deseado “american dream”: dormir a la intemperie, con frío y sin comer.
Una vez logrado el sueño y estabilizadas sus finanzas, José Oronos decidió ayudar a sus similares, cada mes volvía a México, justamente por la frontera sanluisina a entregar despensas, posteriormente quiso hacer algo más formal y recurrió a los feligreses de la iglesia principal de SLRC, Inmaculada Concepción, donde justamente la señora María Elena, una devota feligrés, contribuyó con la causa.
Para conocer la historia de este lugar fue justamente el presidente del patronato de la casa del migrante, Martín Salgado Ames, quien nos narró como con el patrocinio el señor Oronos, un grupo de sanluisinos formaron el patronato de “La Divina Providencia” para buscar los apoyos necesarios para echar a andar el lugar.
Tras obtener el apoyo de las autoridades lograron tener una ubicación fija, una vivienda que había sido confiscada al crimen organizado, gracias a distintas actividades sociales realizadas por el patronado, el espacio pudo cristalizarse, para convertirse en el sitio principal al que acuden los migrantes que llegan para buscar el “sueño americano” o bien quienes conocieron la pesilla y son retornados por la Patrulla Fronteriza.
Curiosamente Martín Salgado es hijo de la fundadora, doña María Elena, ahora en esta fase de la casa del migrante, muy distinta a la que a ella le tocó vivir, Martín tomó la rienda del espacio en momentos críticos como las caravanas migrantes que han puesto en jaque las capacidades de atención del espacio y tiempo atrás la llegada de cientos de haitianos.
Mantener una casa del migrante es una tarea titánica, el gasto operativo es muy elevado, por ello que el patronato recibe ayuda de la sociedad civil, igualmente el Ayuntamiento contribuye con el pago de la electricidad, agua y gas, pero otros elementos como comida, zapatos, ropa, artículos de higiene personal, entre otros, son aportados por la comunidad.
El fenómeno migrante, como todo en una sociedad cambiante, se ha modificado, en los años 80s el migrante promedio era un varón joven, “La Divina Providencia” se adató a ese sector de la población con espacios para ellos, pero hoy en día el 90% de los migrantes son mujeres con niños, lo cual hizo que el espacio se reinventara.
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Y sí la atención de las caravanas migrantes era complicada, llegó la pandemia e hizo las cosas aún más difíciles, la casa tuvo que reducir su aforo entre 40 y 50%. Cabe señalar que el espacio también brinda alimento a personas en condición de calle, a quienes desde el inicio de la contingencia se les atiende desde una ventanilla para evitar posibles contagios, pero los esfuerzos fueron en vano, el personal de atención se infectó de Covid-19.
Por si no fuera poco el trabajo de atención, todavía hay que lidiar con problemas serios como es el tráfico de humanos, a este reciento algunas veces se acercan los “coyotes” o traficantes de personas, que, a decir de Martín Salgado, irrumpen en el espacio camuflados de migrantes y acuden a “ofertar”, por decirlo de alguna manera, sus servicios de cruce.