Fue deportado hace una semana desde Estados Unidos por la ciudad de Tijuana, tras vivir un tiempo de manera irregular en el país vecino; hoy pasa las noches entre las calles de San Luis Río Colorado hasta donde llegó días atrás, es la historia del señor Pedro Benítez, oriundo del estado de Jalisco, que, como muchos, lo perdió todo al ser repatriado a México, a tal grado de no tener ni los recursos para viajar camino de regreso a casa.
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En entrevista para TRIBUNA DE SAN LUIS, el recién deportado pidió ayuda a los sanluisinos, ya que no ha logrado recaudar el dinero para comprar el boleto del camión que lo lleve hasta su casa, pues lo poco que consigue debe usarlo en las comidas del día.
“El boleto más económico en la central camionera me sale en poco menos de 2 mil pesos, pero ya tengo una carta que me dio el ayuntamiento para que me salga con un descuento del 50%, por lo que solo ocupo la mitad y con eso la hago”, expresó.
El señor Pedro Benítez, de 52 años, contó que se ha acercado a varias partes a pedir trabajo a cambio de una cantidad que le permita comprar el boleto, pero dice que, por su edad, ya no es fácil que alguien lo emplee, aunque ofrece sus servicios profesionales como carrocero.
Junto a otros deportados, el nacido en Jalisco ha pasado uno de los peores momentos de su vida, ya que ante la falta de recursos duerme en la calle lo que se suma a la experiencia de su deportación, “ya no tengo la idea de volver a cruzar a Estados Unidos, lo que quiero es volver a mi casa y desde allá empezar de cero”, comentó.
Durante el día a Pedro se le puede ubicar en la Plaza Benito Juárez; al caer la noche, se le encuentra en un “tendido” de cartones en la entrada al Gimnasio Municipal, justo al lado de la oficina de Protección Civil.
“Yo les agradecería mucho me pudieran ayudar con darme trabajo temporal o ayudarme a conseguir algo para el pasaje de regreso”, finalizó.
Para apoyar al señor Pedro Benítez se le puede ubicar en la Plaza Benito Juárez, de día o en la entrada principal del Gimnasio Municipal durante las noches, bajo el cobijo de cartones