De 1940 a 1960, las fiestas públicas que se celebraban en San Luis Río Colorado eran, en su mayoría, religiosas. Sin embargo, reunían a una considerable cantidad de personas de todas las edades que se congregaban en los alrededores del kiosco del parque Benito Juárez y en la iglesia “del centro”.
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Durante los días de fiesta de tipo civil o religiosa, las actividades daban inicio muy temprano con un vistoso desfile que desbordaba alegría entre los asistentes. Más tarde, la festividad continuaba con eventos de música y baile que se llevaban a cabo frente a la parroquia Inmaculada Concepción y en las inmediaciones del parque.
Ramón Noriega Rascón, escribió en su libro “Historias y narraciones del viejo San Luis Río Colorado. Un puente a nuestro pasado”, que cuando se trataba de festividades religiosas, todo comenzaba desde muy temprano con misas mañaneras oficiadas en latín en los templos de “Nuestra Señora de Guadalupe”, “Santa Cruz” e “Inmaculada Concepción”, esta última también conocida como “iglesia del centro”.
Recordó que las familias de aquellos años, asistían a esas celebraciones religiosas, desplazándose a pie desde las colonias de la periferia, sufriendo los estragos del terrible frío de diciembre, que calaba hasta los huesos y entumía los dedos.
En ocasiones, los niños del barrio que iban acompañados de sus padres a la iglesia, jugaban carreras para ver quién llegaba primero a la siguiente esquina, para así obtener un poco de calor.
Según fuera la fiesta, de día o de noche, llegaban peregrinaciones de distintos ejidos del valle, incluyendo del poblado Golfo de Santa Clara, incluso de ciudades aledañas como Sonoyta y poblados rurales de Mexicali.
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Ramón Noriega destaca que de noche se veían “ríos de gente”, algunos llegaban en grupos portando en sus manos velas encendidas y entonando cantos religiosos. En ese momento, predominaba el olor a cera y a pólvora de los fuegos artificiales que los niños quemaban. Sin faltar el característico olor a antojitos mexicanos que se preparaban para venta en el lugar.
SE DIVERTÍAN EN FAMILIA
Al permanecer entre la masa de gente, no faltaba quien sufría un empujón o pisotón, pero poco o nada importaba pues las familias acudían a divertirse y disfrutar al máximo de ese momento de recreación pues en aquellos años no había muchas opciones.
Cuando los niños corrían “en bola”, las mamás se mostraban preocupadas de que no les faltara ninguno de los 5 o 10 chamacos que llevaban a la fiesta de la iglesia.
En el kiosco era notoria la presencia de las muchachas que paseaban alegremente mientras platicaban en grupos, haciéndose las distraídas cuando los galanes se hacían notar a corta distancia o las abordaban con cualquier pretexto.
Ramón Noriega relata que uno de los principales atractivos para los adolescentes y uno que otro adulto, era los juegos de las pequeñas “ferias” que formaban parte de dichas festividades, sobre todo, la casa de los espantos y el tiro con rifle de municiones a figuras de latón con lo que podían obtener un sencillo y corriente premio, pero a los jugadores les parecía un verdadero trofeo.
También los asistentes, aprovechaban la ocasión para degustar un algodón de azúcar de color rosa o azul o los tradicionales churros azucarados que costaban 20 centavos, recordó en su libro, Ramón Noriega.