Desde que Francisco Joel Inzunza Muruato era un niño empezó a elaborar un Altar de Muertos en su casa para honrar la memoria de sus seres queridos; en ese tiempo solamente lo ofrecía a su abuelo Cayetano Inzunza Verdugo y con el paso de los años ha ido agregando a otros familiares y amigos.
Joel Inzunza comentó que cuando tenía 12 años de edad hizo el primer altar en el cual utilizó objetos que encontró en la casa de sus papás. “Comencé a hacer altares porque en la escuela me enseñaron el significado de los altares de muertos y me pareció una buena idea hacerle uno a mi abuelo Cayetano”.
En un principio, Joel no les informó a sus padres sobre el plan que tenía de “levantar” una ofrenda. “Les pedí que me compraran papel de china para un proyecto de la escuela, pero en realidad era para hacer las flores y el papel picado para el altar de mi abuelo y de ahí mismo, de mi casa, agarré otros elementos que llevaba el altar. Cuando mis papás llegaron a la casa, yo ya tenía el altar”.
Cuando Joel empezó a hacer los altares de muertos, hace 20 años, no tenía acceso a internet para ver tutoriales. Entonces, se fijaba cómo otras personas mayores hacían las flores y el papel picado para decorar el altar y así aprendió.
“Mi abuelo Cayetano fue policía de San Luis. Murió cuando yo tenía 4 años. Él siempre fue mi héroe. Recuerdo que cuando murió mis papás me llevaron a la funeraria y yo le estaba pegando al vidrio del ataúd, como diciéndole: levántate. Otra de las cosas que recuerdo de mi abuelo es que tenía un pick up y me traía para todos lados con él porque fui su primer nieto varón”.
Con el paso de los años, Joel ha agregado a esta ofrenda fotografías de abuelos, tías, tíos, primos y amigos que han fallecido.
Cada año, Joel Inzunza inicia con la elaboración del Altar de Muertos desde el 20 octubre y poco a poco le va añadiendo cada uno de los elementos que lo integran como semillas, cruz de aserrín, objetos de las personas fallecidas, velas, fotografías, papel picado, flores de cempasúchil, frutas, bebidas, arco, comida y otros.
El 2 de noviembre, Día de Muertos, es una fecha especial para Joel porque tiene la oportunidad de visitar a sus fieles difuntos en el panteón y más tarde reunirse en su casa con familiares y amistades para recordar a sus seres queridos que ya no están en este plano terrenal. “Ese día, en mi casa, ponemos música, comemos elotes, prendemos velas e inciensos. Nos sentamos a un lado del altar. Nos reunimos para contar anécdotas de hechos que pasamos en vida con nuestros familiares que ya fallecieron y mis tías recuerdan su infancia con mis abuelos. Yo creo que nuestros fieles difuntos siguen vivos en nuestra memoria si no los olvidamos”.
Altares de muertos
El Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) señala que la ofrenda (Altar de Muertos) es ese ritual colorido donde el individuo y la comunidad están representados con su dádiva; es un acto sagrado, pero también puede ser profano: la tradición popular es la simbiosis de la devoción sagrada y la práctica profana.
Ofrendar, en el Día de Muertos, es compartir con los difuntos el pan, la sal, las frutas, los manjares culinarios, el agua y, si son adultos, el vino. Ofrendar es estar cerca de nuestros muertos para dialogar con su recuerdo, con su vida. La ofrenda es el reencuentro con un ritual que convoca a la memoria.
La ofrenda del Día de Muertos es una mezcla cultural donde los europeos pusieron algunas flores, ceras, velas y veladoras; los indígenas le agregaron el sahumerio con su copal y la comida y la flor de cempasúchil (Zempoalxóchitl).
La ofrenda, tal y como la conocemos hoy, es también un reflejo del sincretismo del viejo y el nuevo mundo. Se recibe a los muertos con elementos naturales, frugales e intangibles, incluimos aquí las estelas de olores y fragancias que le nacen a las flores, al incienso y al copal.
La ofrenda de muertos debe tener varios elementos esenciales. Si faltara uno de ellos, se pierde, aunque no del todo, el encanto espiritual que rodea a este patrimonio religioso.
Elementos del altar de muertos
Cada uno de los siguientes elementos que integran el Altar de Muertos encierra su propia historia, tradición y, más que nada, misticismo.
El agua. La fuente de la vida, se ofrece a las ánimas para que mitiguen su sed después de su largo recorrido y para que fortalezcan su regreso. En algunas culturas simboliza la pureza del alma.
La sal. El elemento de purificación sirve para que el cuerpo no se corrompa, en su viaje de ida y vuelta para el siguiente año.
Velas y veladoras. Los antiguos mexicanos utilizaban rajas de ocote. En la actualidad se usa el cirio en sus diferentes formas: velas, veladoras o ceras. La flama que producen significa "la luz", la fe, la esperanza. Es guía, con su flama titilante para que las ánimas puedan llegar a sus antiguos lugares y alumbrar el regreso a su morada.
Copal e incienso. El copal era ofrecido por los indígenas a sus dioses ya que el incienso aún no se conocía, este llegó con los españoles. Es el elemento que sublima la oración o alabanza. Fragancia de reverencia se utiliza para limpiar al lugar de los malos espíritus y así el alma pueda entrar a su casa sin ningún peligro.
Las flores. Son símbolos de la festividad por sus colores y estelas aromáticas. Adornan y aromatizan el lugar durante la estancia del ánima, la cual al marcharse se irá contenta, el alhelí y la nube no pueden faltar pues su color significa pureza y ternura, y acompañan a las ánimas de los niños.
En muchos lugares del país se acostumbra poner caminos de pétalos que sirven para guiar al difunto del campo santo a la ofrenda y viceversa. La flor amarilla del cempasuchil (Zempoalxóchitl) deshojada, es el camino del color y olor que trazan las rutas a las ánimas. Flor de cempasúchil significa en náhuatl "veinte flor"; efeméride de la muerte.
El petate. Entre los múltiples usos del petate se encuentra el de cama, mesa o mortaja. En este particular día funciona para que las ánimas descansen, así como de mantel para colocar los alimentos de la ofrenda.
El izcuintle. Lo que no debe faltar en los altares para niños es el perrito izcuintle en juguete, para que las ánimas de los pequeños se sientan contentas al llegar al banquete. El perrito izcuintle, es el que ayuda a las almas a cruzar el caudaloso río Chiconauhuapan, que es el último paso para llegar al Mictlán.
El pan. El ofrecimiento fraternal es el pan. La iglesia lo presenta como el "Cuerpo de Cristo". Elaborado de diferentes formas, el pan es uno de los elementos más preciados en el altar.
El gollete y las cañas se relacionan con el tzompantli. Los golletes son panes en forma de rueda y se colocan en las ofrendas sostenidos por trozos de caña. Los panes simbolizan los cráneos de los enemigos vencidos y las cañas las varas donde se ensartaban.
El retrato del recordado sugiere el ánima que nos visitará, pero este debe quedar escondido, de manera que solo pueda verse con un espejo, para dar a entender que al ser querido se le puede ver, pero ya no existe.
La imagen de las Ánimas del Purgatorio, para obtener la libertad del alma del difunto, por si acaso se encontrara en ese lugar, para ayudarlo a salir, también puede servir una cruz pequeña hecha con ceniza.
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Pueden colocarse otras imágenes de santos, para que sirva como medio de interrelación entre muertos y vivos, ya que en el altar son sinónimo de las buenas relaciones sociales. Además, simbolizan la paz en el hogar y la firme aceptación de compartir los alimentos, como las manzanas, que representa la sangre, y la amabilidad a través de la calabaza en dulce de tacha.
El mole con pollo, gallina o guajolote, es el platillo favorito que ponen en el altar muchos indígenas de todo el país, aunque también le agregan barbacoa con todo y consomé. Estos platillos son esa estela de aromas, el banquete de la cocina en honor de los seres recordados. La buena comida tiene por objeto deleitar al ánima que nos visita.
Se puede incluir el chocolate de agua. La tradición prehispánica dice que los invitados tomaban chocolate preparado con el agua que usaba el difunto para bañarse, de manera que los visitantes se impregnaban de la esencia del difunto.
Las calaveras de azúcar medianas son alusión a la muerte siempre presente. Las calaveras chicas son dedicadas a la Santísima Trinidad y la grande al Padre Eterno.
También se puede colocar un aguamanil, jabón y toalla por si el ánima necesita lavarse las manos después del largo viaje.
El licor es para que recuerde los grandes acontecimientos agradables durante su vida y se decida a visitarnos.
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Una cruz grande de ceniza, sirve para que al llegar el ánima hasta el altar pueda expiar sus culpas pendientes.
El altar puede ser adornado con papel picado, con telas de seda y satín donde descansan también figuras de barro, incensario o ropa limpia para recibir a las ánimas.
La ofrenda, en sí, es un tipo de escenografía donde participan nuestros muertos que llegan a beber, comer, descansar y convivir con sus deudos.