En los años 60's y anteriores a esa década, era común que para “dar a luz” a un bebé, las mujeres solicitaran los servicios de una partera que, generalmente, había una en cada colonia o pedían al médico que las asistiera en casa.
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En esos tiempos, era muy raro que las madres prefirieran los hospitales y una de las razones eran los altos costos de la hospitalización que incluían el pago a los médicos, anestesia y demás insumos utilizados a la hora del parto. De ahí, que solo las mujeres pudientes tenían a sus bebés gozando de esas comodidades.
Ramón Noriega Rascón, escribió en su libro “Historias y narraciones del viejo San Luis Río Colorado. Un puente a nuestro pasado” que su madre nunca utilizó los servicios de un hospital, a pesar de que tuvo 10 partos.
En aquellos años, se decía que la mujer que iba a parir solo necesitaba estar en un cuarto no muy grande, con luz tenue y no requería a nadie a su alrededor, excepto un médico o una partera experimentada de las que quedan pocas.
La partera era y sigue siendo vista como una figura materna protectora que está sentada en una esquina porque el parto es un asunto espontáneo que no requiere ayuda externa más que el acompañamiento de un profesional que vigile y auxilie para que todo salga con normalidad.
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Noriega Rascón señala que actualmente los partos en casa han dejado de ser populares. Sin embargo, en algunas ciudades de México, sobre todo, las ubicadas al sur siguen con esta tradición.
LOS PARTOS EN CASA
El escritor recordó que el último parto de su madre, el décimo, ocurrió en 1962 y ella estuvo preparándose desde semanas antes porque no tenía la seguridad del día exacto en que nacería el bebé.
En esa ocasión fue atendida por el doctor Ernesto Alduenda Rendón quien también la auxilió en otros cuatro o cinco nacimientos, todos en casa en San Luis Río Colorado. Quizá, dijo, “aquí en esta ciudad pudieron contar con un médico en casa porque lograban ahorrar un poco de dinero para esa ocasión tan importante, pues mi madre consideraba más seguro un parto asistido por un profesional que por una partera”.
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Los partos anteriores a los 4 o 5 que sucedieron en esta ciudad, fueron asistidos por una comadre o comadrona en dos pueblitos de la sierra alta sonorense donde en aquellos años, en la década de los cuarentas y cincuentas era imposible contar con un médico o centro de salud. “Recuerdo que uno de mis hermanos nació en el pueblo minero de Cananea, en casa con la asistencia de una partera”, resalta Ramón Noriega en su libro.
“Cuando yo tenía como 10 años de edad, recuerdo que cuando llegaba el día de los dolores de parto, mi madre se acostaba en la habitación donde ya había dispuesto ropa y cobijitas para el bebé y había puesto al alcance unas latas de jugos kern's, tostadas y frutas para después de parir”.
Añade al texto: “los chamacos nos teníamos que salir de la casa, para lo cual no nos rogaban mucho, pues salíamos como desesperados a jugar béisbol todo el día y solamente se quedaba mi hermana la más grandecita para ayudarla en lo necesario. Cuando regresábamos de nuestras correrías nos encontrábamos con un nuevo miembro de la familia, pero no podíamos acercarnos a él si no nos bañábamos antes”.
“Esos eran otros tiempos. Todo era muy distinto a la época actual. Ahora, las mujeres tienen a sus hijos en los hospitales. Algunos son muy lujosos. Antes todo era muy básico”, resalta en el libro.
La vida transcurría apacible para la parturienta que guardaba reposo unos cuantos días, que no pasaban de una semana, para después volver a sus actividades cotidianas que consistían en lidiar con la bola de chamacos traviesos, pero que respetaban sus amenazas y temían a los “cintarazos”, indica Noriega Rascón.
También dentro de sus ocupaciones estaba elaborar tortillas de harina dos veces al día, limpiar la casa, barrer el patio, lavar y planchar la ropa, dar de comer a las gallinas y amamantar y cuidar al nuevo bebé.
“En esas faenas le ayudábamos los más grandecitos y principalmente mi hermana mayor que era como una segunda madre para nosotros y quien se llevaba las mayores friegas”, concluye el escritor.
En aquellos años, se decía que la mujer que iba a parir solo requería una habitación con luz tenue y un médico o una partera experimentada de la auxiliaran