Las carpas-teatro, un tipo de teatro ambulante muy popular en México a principios del siglo XX hasta su desaparición a finales de 1970, llegaron a San Luis Río Colorado en los sesenta y aunque eran muy humildes, tenían público.
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Ramón Noriega Rascón escribió en el libro “Historias y narraciones del viejo San Luis Río Colorado. Un puente a nuestro pasado” que la infraestructura de estos remedos de circo desmontable constaba únicamente de barrotes de madera utilizados para sostener las paredes de lona con techo del mismo material, disponibles para realizar giras itinerantes por pueblos, ejidos y ciudades.
Señaló que, a diferencia de los circos clásicos, las carpas representaban una mezcla de números de teatro muy sencillos, sin gran elaboración escénica, con tendencia a presentar situaciones humorísticas o satíricas, actos musicales y eventos cercanos al género de las revistas populares.
ERAN OPCIÓN DE ENTRETENIMIENTO
Las carpas surgieron en la capital de México y de ahí se diseminaron hacia otras ciudades, en sustitución del teatro de los ricos cuyas funciones poco o nada tenían que ver con el pueblo, además los precios para ingresar a los espectáculos teatrales estaban fuera del alcance de la gran mayoría de la gente.
Noriega Rascón destacó que a esta ciudad arribaron en los sesenta y durante los setenta carpas que se instalaron en diversos puntos de la mancha urbana, en donde en este tiempo predominaban las calles de terracería, pues era mínimo el número de vialidades pavimentadas.
Las carpas que llegaban a esta frontera tenían éxito porque para las familias locales no había muchas opciones de entretenimiento, así que cuando venían estos artistas los sanluisinos asistían gustosos.
El escritor externó que un día en un lote baldío de la avenida Kino y calle 13 se instaló una carpa-teatro que permaneció alrededor de 2 semanas para mudarse a unas cuadras más adelante, por avenida Félix Conteras y calle 14, donde estuvo 3 semanas.
Esa carpa se estableció en este municipio en 1961 y se abastecía de energía eléctrica de uno de los postes que recientemente se habían colocado al llegar el servicio a ese barrio en 1956.
Resaltó en su libro que la “pichurrienta” carpa que carecía de techo constaba de una lona parchada que se desenrollaba a manera de círculo, sosteniéndose de barrotes que no sobrepasaban los 4 metros de altura.
También expuso que al interior de la carpa había unas cuantas gradas y bancas de madera que apenas alcanzaban para unas 25 personas, por lo que cuando ingresaban más de diez el dueño consideraba que el espectáculo había sido todo un éxito.
El show que se ofrecía al público estaba basado en la actuación de tres personas que también hacían todo el trabajo de armar la carpa a manera de “mil usos”, entre ellos el dueño, un joven de 12 años y un personaje al que llamaban “La Verónica”.
El espectáculo era, sobre todo, una sarta de chistes blancos y actos de magia presentados por dos payasos, malabares, bailables y situaciones cómicas, representados por el adolescente y “La Verónica”. Mientras, el acto estrella era una especie de saltos y maromas por un par de perros flacos dirigidos por el propietario de la carpa.
El dueño, cuando se ponía nostálgico, contaba que ésta había sido una próspera empresa que decayó hasta llegar a la precaria situación que estaba cuando visitó esta ciudad, concluyó Ramón Noriega.
Las carpas que llegaban a esta frontera tenían éxito porque para las familias locales no había muchas opciones de entretenimiento, así que cuando venían estos artistas asistían gustosas