La sensación de manos frías durante el invierno es un fenómeno común que tiene su origen en la respuesta fisiológica del cuerpo humano al frío extremo. Nuestras manos son particularmente sensibles a los cambios de temperatura debido a la alta concentración de receptores sensoriales en esta área.
Cuando el clima se vuelve frío, el cuerpo prioriza la preservación del calor para proteger los órganos vitales, lo que desencadena una serie de respuestas fisiológicas. En este proceso, los vasos sanguíneos periféricos, como los que irrigan nuestras manos y pies, se contraen para conservar el calor y redirigir el flujo sanguíneo hacia el núcleo del cuerpo. Esta acción reduce la cantidad de sangre que fluye hacia las extremidades, disminuyendo así la cantidad de calor que se pierde a través de la piel.
Además, la exposición prolongada al frío puede conllevar a una reducción en la circulación sanguínea periférica, lo que contribuye aún más a la sensación de frío en las manos. Cuando las manos están expuestas al frío durante largos periodos, los vasos sanguíneos se contraen para conservar la temperatura central del cuerpo, afectando la circulación y provocando una sensación de frialdad persistente.
Hay diversos factores que pueden influir en la sensación de manos frías, como la genética, la edad, la salud cardiovascular y el nivel de actividad física. Las personas con problemas circulatorios, pueden experimentar más intensamente esta sensación.
Para contrarrestar este efecto, mantener las manos abrigadas con guantes o prendas térmicas ayuda a conservar el calor y evitar la pérdida de temperatura. Además, realizar ejercicios de calentamiento, mover las manos con regularidad y mantener el cuerpo en movimiento favorece la circulación sanguínea, contribuyendo a mantener las manos más cálidas en condiciones de frío extremo.