Un año bisiesto es aquel que tiene un día adicional, el 29 de febrero, incorporado al calendario. Esta peculiaridad surge para sincronizar el calendario humano con el año solar, el tiempo que la Tierra tarda en dar una vuelta completa alrededor del Sol, aproximadamente 365 días y 6 horas.
La razón detrás de los años bisiestos radica en ajustar el desfase temporal entre el calendario civil de 365 días y la duración real del año solar. Sin el ajuste, cada año, las fechas avanzarían aproximadamente un cuarto de día. A largo plazo, este desfase acumulado llevaría a un desajuste estacional significativo.
El calendario juliano, introducido por Julio César en el 45 a.C., estableció que cada cuatro años tendría un día adicional. Este método añadía un día cada cuatro años, resultando en un año de 365.25 días. Sin embargo, el año solar no es exactamente de 365.25 días, sino aproximadamente 365.2425 días, lo que generaba un pequeño exceso en el cálculo.
Para resolver esta discrepancia, el calendario gregoriano fue introducido en 1582 por el Papa Gregorio XIII. Este calendario mantuvo el concepto de años bisiestos pero ajustó las reglas: los años divisibles por 100 no serían bisiestos, a menos que también fueran divisibles por 400. Esto corrigió el desajuste, haciendo más preciso el ajuste del calendario con el año solar.
Así, los años múltiplos de 4 son bisiestos, excepto los múltiplos de 100 que no son múltiplos de 400. Por ejemplo, el año 2000 fue bisiesto, ya que es divisible por 400, mientras que el año 1900 no lo fue, al ser divisible por 100 pero no por 400.
Los años bisiestos no solo son curiosidades calendáricas, sino elementos clave para mantener la sincronización entre nuestras vidas diarias y el movimiento celeste. Estos ajustes precisos nos permiten seguir celebrando eventos y estaciones en sus momentos adecuados, manteniendo el orden temporal que tanto influye en nuestras vidas.