/ sábado 28 de abril de 2018

Populismo: opciA?n para excluidos

No tengo dudas que el progreso es tan sólo unespejismo cuando sus beneficios no se comparten con lasmayorías, con los sin voz, los sin techo, los sin trabajo, lossin opciones de una vida digna, más decorosas. Son ellos,justamente, los que conforman una buena parte de las bases socialesdel populismo, tan en boga en estos tiempos.

Durante su última visita a México, en unacomida en casa de uno de sus alumnos dilectos, Jorge Islas,pregunté a Giovanni Sartori qué pensaba del populismo.Contestó —como solía hacerlo— con unabrumador repertorio de conceptos entremezclados con su refrescanteironía y todo tipo de anécdotas sobre su villanofavorito: Il Cavaliere (Silvio Berlusconi). Recuerdo que fueclaro al comentar que había tantas definiciones de populismocomo estudiosos sobre el tema, y que cada movimiento populistatenía sus propias raíces históricas. No se tratabarealmente de una ideología (habría populismos tanto deizquierda como de derecha o de centro) ni de un partidopolítico como tal, sino más bien de un estilo de hacerpolítica. El populismo, continuó, tiene éxito porquetoca lo más emocional, las fibras profundas que son capaces demover a las masas. Es más tema de psiquiatras que depolitólogos, remató. Supuse que era una suerte de bromapara estimular la conversación. Pero al despedirnosinsistió: no olvide lo de la psicología del populismo,doctor, ya me dirá la próxima vez qué piensa alrespecto. No volví a verlo, pero su provocaciónsurtió efecto. He prestado mayor atención al tema desdeentonces.

Es interesante observar cómo la nueva oleadapopulista de los últimos años ha tomado más fuerzaen las democracias europeas, paradójicamente más maduras,pero en las que se fueron borrando de manera paulatina lasdiferencias tradicionales entre liberales y socialistas. Elespectro ideológico se redujo y la representación popularde los partidos tradicionales perdió sentido. Ya norepresentaban mucha diferencia. Simultáneamente la fuerzapolítica de la clase trabajadora perdió espacios frente alos poderosos tecnócratas y a las nuevas generaciones lesinteresó menos la política que el acontecer en su entornoinmediato y su futuro personal.

Si, en efecto, como algunos sugieren, ha llegado eltan anunciado fin de las ideologías, el panorama resultatodavía más preocupante. Acaso entonces la posverdad—que es un poderoso instrumento del populismo, aunque no desu uso exclusivo— sea consecuencia natural de una eraposideológica. No hay que olvidar que las ideologíastomaron forma con la Ilustración, para superar los prejuicios,las supersticiones y el oscurantismo del Ancien Régime. Sin un marco ideológico mínimo no imagino posiblereorganizar el orden político y social que se requiere paraatender efectivamente las necesidades (urgentes) y las aspiraciones(legítimas) de los seres humanos.

Pero ocurre que las democracias liberalesoccidentales (la estadounidense incluida, por supuesto), aldesprenderse de sus referentes ideológicos, se desentendieronde sectores de la población que fueron quedando excluidos delos beneficios del desarrollo y que hicieron crisis con laglobalización. Algunos, con cierta arrogancia, se refieren aellos como “perdedores de la modernización”. Elhecho es que muchos de ellos comparten realidades difíciles deaceptar: educación de menor calidad, acceso limitado a losservicios de salud, mayor desempleo o trabajos mal remunerados,pensiones paupérrimas, etcétera. Pero, sobre todo, se fuegestando en ellos una gran amargura, un profundo resentimiento, confrecuencia justificado. Ellos son ahora los más fervientesseguidores de los movimientos neopopulistas. Al perder vigencia lapolítica de las ideologías, tomó fuerza lapolítica de las identidades, la política de lasemociones. Los perdedores, los que se quedaron fuera, quieren larevancha.

El distanciamiento entre el pueblo ( populus )y la clase gobernante, mayoritariamente aglutinada en los partidospolíticos, también ha favorecido el populismo. Taldistancia genera una animadversión contra todo lo que tengaque ver con el poder público. Los excluidos se asumen comovíctimas, no sin razones, y se acogen con facilidad a lasteorías de la conspiración. Es por eso que estas seconvierten con frecuencia en parte substancial de la retóricamás socorrida por sus líderes. Al aceptar en su narrativasólo aquello que fortalece sus propias explicaciones sobre unarealidad que no les favorece, se van construyendo mitos, loscuales, a su vez, propician el surgimiento de liderazgos con rasgosautoritarios, idealizados por unos, detestados por otros. Loslíderes populistas, siempre con un carisma peculiar capaz depolarizar los ánimos, suelen ser socialmente conservadores,aun cuando su discurso formal sea ir contra el establishment. Son,por definición, intolerantes a la crítica.

En los movimientos populistas, entre el resentimientocolectivo y la frustración masiva que los nutren, se generaasimismo una cierta propensión a que surjan en su senoactitudes hostiles que pueden llegar al odio. Desarrollan una granintolerancia hacia los otros. De ahí sus fobias y sunacionalismo viral. Su blanco favorito son los migrantes, peropueden serlo también los islámicos, o para el caso, lacomunidad LGBTTI. Representan el ocaso de la razón ilustrada:no la necesitan, han construido sus propios discursos.

Pienso que el gran error de las democracias liberalesha sido no preocuparse lo suficiente por tratar de entender yatender las causas que mueven a esos amplios sectores que apoyanlos movimientos populistas. Lo cierto es que etiquetarlos dexenófobos o sexistas, aunque lo sean, tacharlos de racistasignorantes o descalificarlos desde posiciones política eintelectualmente más aceptables, no resuelve absolutamentenada. La retórica sólo puede combatirse con ideas, con elanálisis riguroso de la realidad y con nuevos programas queactiven mecanismos sociales de inclusión, eficaces ytransparentes.

Son tiempos para reivindicar, en los hechos, losderechos individuales, empezando por el reconocimiento de lasdiferencias, Pero hay que tratar de entender también losmiedos y las preocupaciones que subyacen a esas voces estridentes eintentar forjar nuevos consensos, más flexibles e incluyentes,para tratar avanzar, no para retroceder.

Si bien el populismo es regresivo en muchos aspectos,pienso que, en un sentido estricto, no es necesariamenteantidemocrático mientras acepte la soberanía popular y elgobierno de las mayorías. En todo caso podría ser unasuerte de trastorno de la democracia, al no aceptar la pluralidadde la sociedad de la que forma parte, al considerar como enemigas otraidoras a las minorías que no aceptan sus designios y aloponerse de forma sistemática a los contrapesos que acotan lospoderes, sobre todo el del ejecutivo. Al rechazar contrapesosfavorecen la opacidad, y los mandatos populares, apoyados conexcesiva frecuencia en referendos o consultas plebiscitarias,tienden a perpetuar en el poder al gobernante en turno.

Vaya reto el que enfrentan las democracias liberalesen estos tiempos de revueltas populistas, sea en el Reino Unido, enVenezuela o en los Estados Unidos, por citar algunos de lospaíses que llaman más nuestra atención. Pero haymovimientos populistas importantes en prácticamente todas lasregiones del planeta. Mientras haya personas alienadas por laeconomía y por la cultura, sin esperanza, sin expectativas deque las cosas mejoren para ellos y para los suyos en un plazo detiempo razonable, el populismo, en sus diversas expresiones,seguirá siendo una opción muy tentadora para todosaquellos que se sienten excluidos. No son pocos.

* Capítulo del libro La sociedaddolida. El malestar ciudadano , de Juan Ramón de laFuente, que reproducimos con autorización de la editorialGrijalbo.

No tengo dudas que el progreso es tan sólo unespejismo cuando sus beneficios no se comparten con lasmayorías, con los sin voz, los sin techo, los sin trabajo, lossin opciones de una vida digna, más decorosas. Son ellos,justamente, los que conforman una buena parte de las bases socialesdel populismo, tan en boga en estos tiempos.

Durante su última visita a México, en unacomida en casa de uno de sus alumnos dilectos, Jorge Islas,pregunté a Giovanni Sartori qué pensaba del populismo.Contestó —como solía hacerlo— con unabrumador repertorio de conceptos entremezclados con su refrescanteironía y todo tipo de anécdotas sobre su villanofavorito: Il Cavaliere (Silvio Berlusconi). Recuerdo que fueclaro al comentar que había tantas definiciones de populismocomo estudiosos sobre el tema, y que cada movimiento populistatenía sus propias raíces históricas. No se tratabarealmente de una ideología (habría populismos tanto deizquierda como de derecha o de centro) ni de un partidopolítico como tal, sino más bien de un estilo de hacerpolítica. El populismo, continuó, tiene éxito porquetoca lo más emocional, las fibras profundas que son capaces demover a las masas. Es más tema de psiquiatras que depolitólogos, remató. Supuse que era una suerte de bromapara estimular la conversación. Pero al despedirnosinsistió: no olvide lo de la psicología del populismo,doctor, ya me dirá la próxima vez qué piensa alrespecto. No volví a verlo, pero su provocaciónsurtió efecto. He prestado mayor atención al tema desdeentonces.

Es interesante observar cómo la nueva oleadapopulista de los últimos años ha tomado más fuerzaen las democracias europeas, paradójicamente más maduras,pero en las que se fueron borrando de manera paulatina lasdiferencias tradicionales entre liberales y socialistas. Elespectro ideológico se redujo y la representación popularde los partidos tradicionales perdió sentido. Ya norepresentaban mucha diferencia. Simultáneamente la fuerzapolítica de la clase trabajadora perdió espacios frente alos poderosos tecnócratas y a las nuevas generaciones lesinteresó menos la política que el acontecer en su entornoinmediato y su futuro personal.

Si, en efecto, como algunos sugieren, ha llegado eltan anunciado fin de las ideologías, el panorama resultatodavía más preocupante. Acaso entonces la posverdad—que es un poderoso instrumento del populismo, aunque no desu uso exclusivo— sea consecuencia natural de una eraposideológica. No hay que olvidar que las ideologíastomaron forma con la Ilustración, para superar los prejuicios,las supersticiones y el oscurantismo del Ancien Régime. Sin un marco ideológico mínimo no imagino posiblereorganizar el orden político y social que se requiere paraatender efectivamente las necesidades (urgentes) y las aspiraciones(legítimas) de los seres humanos.

Pero ocurre que las democracias liberalesoccidentales (la estadounidense incluida, por supuesto), aldesprenderse de sus referentes ideológicos, se desentendieronde sectores de la población que fueron quedando excluidos delos beneficios del desarrollo y que hicieron crisis con laglobalización. Algunos, con cierta arrogancia, se refieren aellos como “perdedores de la modernización”. Elhecho es que muchos de ellos comparten realidades difíciles deaceptar: educación de menor calidad, acceso limitado a losservicios de salud, mayor desempleo o trabajos mal remunerados,pensiones paupérrimas, etcétera. Pero, sobre todo, se fuegestando en ellos una gran amargura, un profundo resentimiento, confrecuencia justificado. Ellos son ahora los más fervientesseguidores de los movimientos neopopulistas. Al perder vigencia lapolítica de las ideologías, tomó fuerza lapolítica de las identidades, la política de lasemociones. Los perdedores, los que se quedaron fuera, quieren larevancha.

El distanciamiento entre el pueblo ( populus )y la clase gobernante, mayoritariamente aglutinada en los partidospolíticos, también ha favorecido el populismo. Taldistancia genera una animadversión contra todo lo que tengaque ver con el poder público. Los excluidos se asumen comovíctimas, no sin razones, y se acogen con facilidad a lasteorías de la conspiración. Es por eso que estas seconvierten con frecuencia en parte substancial de la retóricamás socorrida por sus líderes. Al aceptar en su narrativasólo aquello que fortalece sus propias explicaciones sobre unarealidad que no les favorece, se van construyendo mitos, loscuales, a su vez, propician el surgimiento de liderazgos con rasgosautoritarios, idealizados por unos, detestados por otros. Loslíderes populistas, siempre con un carisma peculiar capaz depolarizar los ánimos, suelen ser socialmente conservadores,aun cuando su discurso formal sea ir contra el establishment. Son,por definición, intolerantes a la crítica.

En los movimientos populistas, entre el resentimientocolectivo y la frustración masiva que los nutren, se generaasimismo una cierta propensión a que surjan en su senoactitudes hostiles que pueden llegar al odio. Desarrollan una granintolerancia hacia los otros. De ahí sus fobias y sunacionalismo viral. Su blanco favorito son los migrantes, peropueden serlo también los islámicos, o para el caso, lacomunidad LGBTTI. Representan el ocaso de la razón ilustrada:no la necesitan, han construido sus propios discursos.

Pienso que el gran error de las democracias liberalesha sido no preocuparse lo suficiente por tratar de entender yatender las causas que mueven a esos amplios sectores que apoyanlos movimientos populistas. Lo cierto es que etiquetarlos dexenófobos o sexistas, aunque lo sean, tacharlos de racistasignorantes o descalificarlos desde posiciones política eintelectualmente más aceptables, no resuelve absolutamentenada. La retórica sólo puede combatirse con ideas, con elanálisis riguroso de la realidad y con nuevos programas queactiven mecanismos sociales de inclusión, eficaces ytransparentes.

Son tiempos para reivindicar, en los hechos, losderechos individuales, empezando por el reconocimiento de lasdiferencias, Pero hay que tratar de entender también losmiedos y las preocupaciones que subyacen a esas voces estridentes eintentar forjar nuevos consensos, más flexibles e incluyentes,para tratar avanzar, no para retroceder.

Si bien el populismo es regresivo en muchos aspectos,pienso que, en un sentido estricto, no es necesariamenteantidemocrático mientras acepte la soberanía popular y elgobierno de las mayorías. En todo caso podría ser unasuerte de trastorno de la democracia, al no aceptar la pluralidadde la sociedad de la que forma parte, al considerar como enemigas otraidoras a las minorías que no aceptan sus designios y aloponerse de forma sistemática a los contrapesos que acotan lospoderes, sobre todo el del ejecutivo. Al rechazar contrapesosfavorecen la opacidad, y los mandatos populares, apoyados conexcesiva frecuencia en referendos o consultas plebiscitarias,tienden a perpetuar en el poder al gobernante en turno.

Vaya reto el que enfrentan las democracias liberalesen estos tiempos de revueltas populistas, sea en el Reino Unido, enVenezuela o en los Estados Unidos, por citar algunos de lospaíses que llaman más nuestra atención. Pero haymovimientos populistas importantes en prácticamente todas lasregiones del planeta. Mientras haya personas alienadas por laeconomía y por la cultura, sin esperanza, sin expectativas deque las cosas mejoren para ellos y para los suyos en un plazo detiempo razonable, el populismo, en sus diversas expresiones,seguirá siendo una opción muy tentadora para todosaquellos que se sienten excluidos. No son pocos.

* Capítulo del libro La sociedaddolida. El malestar ciudadano , de Juan Ramón de laFuente, que reproducimos con autorización de la editorialGrijalbo.

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