Desde hace ya 50 años, losacontecimientos de octubre del 68 han ocupado un lugar central enla vida de los Cruz García; ellos fueron testigos secundariosde las tanquetas y el Batallón Olimpia, de los balazos en lafachada del Chihuahua, de los desaparecidos y losmuertos.
El recuerdo del 2 de octubre de 1968 ya esborroso en la mente de Elisa García Portillo de 83 años,cuando vivía en Tlatelolco con sus bebés Mauricio yVíctor, y su marido Gilberto. Están presentes losmomentos más importantes que relata por pedazos pero losrepite una y otra vez momentos después.
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Repite el miedo que sintió cuandoempezó el mitin en el tercer piso del edificio Chihuahua dondeella vivía; repite cuando notó la llegada delejército; repite cómo su hijo Mauricio, entonces unniño de cinco años, le preguntaba por su padre; repitelas mentiras que le dijo para calmarlo; repite el alivio cuando vioa su esposo con vida escoltado por aquellos "muchachos deguante blanco", y también repite cuando los dejaron irsanos y salvos a la casa de su cuñada en Reforma.
Pero lo que más repite, y lo hace cadavez que hay silencio en la entrevista, es el sonido de la balacera,esa balacera tan tremenda que se le quedó grabada cuando todolo demás se mueve entre la niebla del olvido y lasenilidad.
"A las cinco y media empieza una balaceracomo si hubiera sido un ejército contra otro que durócomo 40 minutos. ¡Era tan fuerte, tan tremendo! Despuésse oía un tiro aquí, otro tiro allá. Dicen quefueron 27 muertos y 80 heridos. ¿Si fue tan fuerte la balaceracómo es que sólo fueron 27 muertos?", recuerda lamujer mientras aprieta los puños, entrecierra los ojos y agitala cabeza en gesto de incredulidad.
"Cuando empezaron los balazos ya no measomé. Metí a los niños debajo de la cama. Nunca vini muertos ni sangre. Yo cuento sólo lo que vi".
Su hijo Víctor, el más chico y desólo meses aquella tarde, se desespera cuando su mamá nocuenta en orden todos los detalles del 2 de octubre tal y como selos contó durante toda su niñez y vida adulta. "Yano narra como narraba antes, con la misma intensidad. Hubierasvisto cómo lo contaba hace 30 años", le dice a ElSol de México.
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Víctor y Efrén, su primo, llenan losvacíos que deja la anciana en su relato. Se los saben dememoria después de toda una vida de escucharlos en cenasfamiliares.
"Tía, tú platicabas que a unavecina se le metieron muchos estudiantes y un bolero. Empiezan losbalazos y matan al bolero ¿Te acuerdas de eso?", le pideEfrén a Elisa. Ella responde que sí se acuerda, seríe, pero se ve confundida.
"Desde muy chico me di cuenta de que fueuna familia que quedó marcada por el 68, con una línea depensamiento muy marcada y en su manera de ver el mundo", diceEfrén sobre sus primos.
A través de toda una vida familiar en laque el 68 tuvo un lugar central, Víctor y Mauricio sontestigos secundarios de las tanquetas y el Batallón Olimpia,de los balazos en la fachada del Chihuahua, de los desaparecidos ylos muertos.
Masacre propicia en víctima formarse comohistoriador
Los conocen porque Tlatelolco los dejómarcados. Los hizo víctimas que nadie contabilizó, deudossin muertos y cronistas que no pidieron serlo.
"Hay una serie de víctimas nofatales, como por ejemplo nosotros, que no nos tocó un balazopero una experiencia así, de un tiroteo a discreción, enuna zona tan densamente poblada, es durísimo para cualquieraporque es una experiencia que queda grabada", platicaMauricio, quien –según confiesa– acudeconstantemente al 2 de octubre para estudiarlo y mantener viva lamemoria histórica.
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Tan es así que acabó estudiandohistoria y ahora imparte la materia a muchachos en la UNAM. Cadaaño les recuerda que sí hubieron muertos, que los mediosde comunicación mintieron, que sí fue un crimen deEstado, y que él estuvo ahí.
"Nosotros a partir de tantos añoshemos podido reconstruir más o menos qué pasó esatarde. Sí hay secuelas emocionales, el escucharlo, el sentirel pánico de la gente son cosas que se te quedan ahí. Muypronto cobramos conciencia de lo que habíamos vivido, lostestimonios salieron muy rápido, los libros de Poniatowska, elde González de Alba, pero no era un ambiente general en lasociedad, éramos un núcleo que estábamosenterados", dice Víctor, quien se asume un paria social yque buscó al arte como válvula de escape.
Según explica Mauricio, la matanza deTlatelolco enfrentó a los García, una familia de laemergente clase media de los 60, con la dureza de un régimenque no supo, o no quiso, entender las demandas másbásicas del movimiento del 68: el clamor por la legalidad y elespacio para el pensamiento crítico.
Así, su familia es una pequeña perosignificativa parte de la herencia de Tlatelolco.
"Nosotros tenemos una visión muyparcial, nos consideramos víctimas del 68. Vemos de otra formala administración de los gobiernos, los discursos, los medios.Ha sido un proceso muy largo como para entenderlo, son secuelas quefueron saliendo y a la fecha estoy trabajando trastornos deansiedad, desarrollé alcoholismo, y pareciera que no estáconectado, pero sí tiene que ver", confiesaVíctor.
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–¿Cuántos añosdespués siguió viviendo en Tlatelolco?– se lepregunta a Elisa, quien parece ignorar las secuelas que durante 50años han acompañado a sus hijos.
–Quince años. ¿Y quécree? Se me olvidó, o sea, no pasó nada. Vivítranquilamente– responde para soltar una carcajada.
Entrevistados : Elisa GarcíaPortillo, viuda de Gilberto Cruz Ramírez, de 83 años; sushijos Víctor y Mauricio Cruz García, de 50 y 55años. Y Galdina García Portillo, 88 años, hermana deElisa, y su hijo Efrén García García, 53años.
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