En días pasados fuimos testigos del lamentable fallecimiento de Elizabeth Alexandra Mary Windsor (Isabell II), la mal llamada reina de Inglaterra. Con ello, el pueblo tuvo el pretexto para reaccionar gráficamente con memes a tan la lamentable pérdida, mientras los medios de comunicación aprovecharon para inundar con información de etiquetas de la supuesta nobleza, líneas de sucesión y cientos de historias que solo romantizan parte de una historia que ya debería de estar rebasada en cualquier país y, sobre todo, en una república que obedece a la división de poderes emanados del pueblo y para el pueblo, pero que nada tiene que ver con linajes absurdos y caducos.
Evidentemente que la historia de los pueblos se basa en hechos y circunstancias que marcaron una época, pero también es cierto que todas las naciones hemos evolucionado siguiendo el camino de la democracia y, con ello, la igualdad de oportunidades. Es decir, la aristocracia debe ser eliminada por completo de la sociedad actual. Si bien es cierto, los románticos dirán que la nobleza es solo simbólica, pero es un simbolismo que lastima al pueblo, quién tiene que sufragar con impuestos lo lujos de una clase que históricamente representa el saqueo, esclavitud, conquista y sometimiento de pueblos enteros.
La nobleza de un pueblo está representada por aquellos que inician su jornal por las madrugadas y lo cierran varias horas después del ocaso del sol. Solo puede ser noble el ciudadano que trabaja, paga impuestos, acepta la desigualdad y trata de salir adelante a pesar del arbitrio de los gobernantes absurdos que, sin piedad, salen todas las noches con discursos épicos sobre un nuevo amanecer totalmente igualitarios. Nobles solo ellos, los desposeídos que ven el cambio en la esperanza de que un día la clase en el poder pueda ser humanizada por una fuerza superior a la desigualdad social.
Los mismos sistemas educativos, sociales y culturales nos endilgan ideas equivocadas sobre el tema, por ejemplo: Concursos de reinas en las universidades y escuelas, concursos de belleza y varias formas de violencia simbólica que se manifiestan en la construcción de una sociedad banal. La construcción de una sociedad libre debe de obedecer a nuevos escenarios lejos de símbolos de la opresión. En definitiva, cuando se vive en un mundo profundamente desigual no se debe de tener cabida a muestras de ningún tipo de violencia sobre el pueblo. Así que: ¡Muerta la reina, viva el pueblo!