Ver la articulación del movimiento amplio de mujeres en repudio de las candidaturas de violentadores, con un solo objetivo común, que es la exigencia de nuestros derechos, me llena de esperanza. Porque en el país, como vemos, hay muchos retos por la igualdad y la no violencia. Y nos queda claro que aun con toda su diversidad, procedencias y motivaciones, tenemos claro qué derechos vamos a exigir, cómo nos vamos a articular y a lanzar nuestra defensiva al unísono.
También me queda claro que a pesar de todo lo que hemos avanzado en la construcción de una agenda pública, de un discurso coincidente pro derechos, hay toda una violencia estructural contra las mujeres, desde el territorio hasta las instituciones, desde los espacios privados a los públicos, desde las simbólicas a las feminicidas. Y no sé cómo se va a detener cuando la semilla de cada una de esas violencias está latiendo ahí.
Está latiendo cuando se da preeminencia a la supuesta popularidad por encima de una víctima de violencia; cuando las supuestas simpatías en una encuesta tienen prioridad sobre los derechos humanos; esa violencia tiene eco cuando hay una complicidad de instituciones, alianzas, sistema de impartición de justicia corrompido, que atemoriza a las mujeres, desmotivando la denuncia o continuar procesos de denuncia, como ha sucedido en el caso de Félix Salgado Macedonio.
Esa semilla violenta está bufando cuando el candidato a gobernador por Sonora de Movimiento Ciudadano asevera que negó una candidatura a una mujer que “se dice” sufre violencia “doméstica”, pues no denunció y si no es capaz de denunciar, no será capaz de defender a la ciudadanía, para luego rematar: “De ese tamaño es mi compromiso contra la violencia de género”. Es la semilla que revictimiza a las mujeres, que las culpa a ellas en lugar de criticar el sistema de justicia que convierte los procesos judiciales por nuestros derechos en un camino tortuoso, un callejón sin salida, con una puerta de salida muy holgada a la impunidad.
Esa semilla de violencia es el estruendo amplificado en redes sociales que exigen a las mujeres de un partido, a las feministas, a esas mujeres que están (estamos) legislando para combatir las violencias, para que seamos nosotras quienes demos la cara por el pacto patriarcal de nuestros partidos y ámbitos de acción, pacto del que ellos mismos son cómplices con sus dedos señaladores; para que seamos nosotras quienes renunciemos y dejemos nuestros espacios de decisión, históricamente peleados, bregados y ganados; para que seamos nosotras quienes asumamos la responsabilidad de los machismos autoritarios.
Como diputadas en la Legislatura de la Paridad hemos trabajado desde nuestra diversidad de plataformas, visiones, ideologías, para lograr reformas históricas para garantizar la paridad en todos los espacios de participación para las mujeres; para definir todo tipo de violencias (política, obstétrica, digital, simbólica, mediática, feminicida) y establecer las penas por ejercerlas. Hemos dialogado y hemos logrado acuerdos unánimes por el avance de nuestros derechos; hemos emitido posicionamientos como Comisión de Igualdad de Género ante casos de omisiones en la ley, violencias, discriminación, desacato a las leyes, revictimización. No somos mujeres que callemos, tampoco mujeres que no estemos transformando desde la política lo que históricamente se nos ha negado.
No. La violencia no la ejercemos nosotras, no la asumimos nosotras, no la pagamos nosotras. De las violencias estructurales de un sistema patriarcal no nos haremos responsables. Ésas las combatimos, cada día, en el ejercicio diario de nuestro quehacer político, en el avance de nuestra agenda de género, en la lucha constante y no sin obstáculos, por nuestra permanencia en espacios de decisión.
Así que conmino a los compañeros hombres en la política y fuera de ella a que bajen ya sus dedos acusadores contra nosotras y a que se hagan responsables de su pacto patriarcal que late profundamente en sus voces.