Dicen que el tiempo borra todo, pero ya han pasado 54 años de la matanza de 1968 y no se olvida como el Estado mexicano decidió utilizar toda su fuerza para aplastar los sueños y anhelos de una país próspero e igualitario. La noche de Tlatelolco sigue presente en la memoria de algunos mexicanos y en el ADN de nuestra colectividad. Y cada año, en estas fechas, no nos cansaremos de señalar al Estado asesino y de exigir justicia.
El 68 fue un parteaguas en la historia de nuestro amado México. Fue una noche de horror que ultimó los frutos de una revolución educativa que veía cristalizados sus resultados en una generación de estudiantes crítica y en una sociedad solidaria. Sin duda alguna, el viejo régimen político se vio amenazado y rebasado por una sociedad educada que pensaba, actuaba y exigía un México mejor. Según ellos, los gobernantes, quisieron erradicar la amenaza de la democracia, pero solo la retrasaron una décadas y, a final de cuentas, renació mucho más fuerte e imparable 40 años después.
A pesar de los avances democráticos y de que ahora el 68 se reconozca como un crimen de Estado, la fecha debe ser conmemorada para honrar a los desaparecidos y asesinados, pero también para exigir justicia y llevar a los culpables ante tribunales de justicia, aunque ya se encuentren muertos. Por otro lado, debe servirnos para tomar conciencia de que el poder del Estado debe servirse al pueblo y nunca usarse en su contra.
En la medida de que el 68 se desvanezca en nuestra memoria y en nuestros corazones, el riesgo de que otra aberración del Estado se haga presente será mayúscula. Ayotzinapa, Acteal, Aguas Blancas y otros crímenes similares se han hecho presentes porque como sociedad no hemos sido capaces de acotar el poder desde el poder. Es decir, la única garantía que tenemos reside en la capacidad de recordar y de conmemorar al 68 como ese renacimiento de una patria libre. Así fue el 68, unos tuvieron (pero no deberían) que morir, para que otros naciéramos con un poco más de libertades, con mejores condiciones y con instituciones que aspiran a consolidar una democracia que nos lleve a mejores condiciones de vida. Sin embargo, entender el 68 es reconocer que no solo a los que ya habían nacido se les robó la esperanza de un futuro mejor, sino que, aún, a los que no habíamos nacido nacimos ya siendo robados de una parte de los anhelos de una igualdad de oportunidad. Por ellos, por nosotros; por todos: “2 de octubre, ni perdón, ni olvido”